Friday, February 27, 2015

BOJAYÁ



BOJAYA

A Minelia por su fuerza.


Había gente que lo único que le quedaba entero era un dedo, quedaban molidos, como caer un piedra en un pantano, sí recuerdo esas imágenes.  Hay veces, cuando yo estoy así triste es cuando me acuerdo de esto y digo “Luz Dary, ven que yo me estoy acordando de lo que pasó el dos de mayo, haceme charla”.  Y ella me hace charla y como es una de mis mejores amigas hace que no me acuerde de eso.
(Testimonio, niña de Bella vista, 2009).

Esto a uno no se le borra nunca.  Cuando me baño, me miro en el espejo, me veo mis cicatrices y me digo: mira lo que cargas de la guerra sin hacer un solo tiro.
(Mujer habitante de Bellavista).


Tomado Del libro Bojayá la guera sin límites
Centro Nacional de Memoria Histórica..




El niño entra aterrado a preguntar sobre lo que ha visto en la iglesia; cuando aún eran llevados esos miércoles en el frío matutino cada año, cada que el azar los sorprendiera caminando en fila por las calles del pueblo sin una conciencia todavía clara sobre el dibujo de la frente, la marca, el mugre de la fe sobre la piel.  Ese inicio de cuaresma hubiera sido del todo normal si el niño no se hubiera  percatado de la devota mujer que en su genuflexión dolorosa tocaba las heridas del santo para después llevar sus dedos a la boca y saborearlas, sanarlas, en esa conciencia con la lengua y la saliva.

El niño pregunta, buscando una explicación más racional que ese pedazo de realidad húmedo que ha quedado prendido de su memoria, de las rodillas heridas del santo, de la cruz que lleva a cuestas en su frente. 

-No le ponga atención a las viejas locas de este pueblo mijo; esos santos son solo palos lacados en forma de marias y de san juanes...

La pequeña marca de la fe -impuesta sin preguntar- del niño, el alumno. Era solo para entonces una costra seca que vendría a imitar el tizne que la guerra dejaría a su paso sobre las frentes, las rodillas, los miembros, la permanente memoria.

Todo sucedió tan de repente, las acciones, los sonidos, la muerte; ¿como puede poseer esta guerra un carácter repentino, cuando todo el mundo sin afán la espera en cada umbral?, en cada abandono, en el contagio de la desesperanza, en la sumisión a la que son sometidos en este accidente geográfico de la vida, en esta orilla, en este punto mágico de la espesura como un lunar atado al azar de la rivera, la selva.



El fuego cruzado aparece, generación espontánea de balas, mientras, el recodo de la muerte se agacha en los hombres que huyen, se agita en quien recoge a los neonatos, corre en la multitud para salvar su propia vida, se persigna en la desesperanza de la fe, cae en la sombra perfecta contra el suelo de la muerte.  Pero acá en este sitio remoto, no hay la posibilidad de esconderse; el río fluye con su nombre como si gritara las palabra que detuvieran el desastre: Bojayá, Bojayá, Bojayá...

Es demasiado tarde, demasiada la injusticia, débil las paredes de latón y madera de las casas.  De un lado al otro del río los que buscan el dominio del territorio, los cuerpos, la riqueza, se enfrentan con la ayuda del gobierno - que tiene su bando también-; es imperativo conseguir los testigos que la sola jungla con sus matas y ramas y bejucos no le da a esta guerra, se tienen que buscar donde apenas se distinguen unas calles, donde la basura corre en círculos como juguetes de niños descalzos, hasta acá la guerra viene, para que se note, para que el sonido no sea solo el desperdicio de un eco en los arboles, para terminar asesinando a los que pueden relatar esta miseria.

Así llega y se va la guerra, como una palmada sin importancia sobre las cosas desconocidas, no respeta esta orilla, ni las piedras para la colada, los troncos improvisados para descamar el pescado, los remos, la corriente…

Antes del desastre, se les permitió a unos acceder al punto geográfico por parte de la oficialidad que como hemos dicho siempre toma partido en la guerra tan conveniente; los otros que se han hospedado en la espesura preparaban también sus armas.  No se sabe el momento preciso de cuando comenzó todo, solo se pueden recordar pedazos, escombros -como el fin- piezas de la memoria, con ruidos que aturden.

Todo el mundo corrió a refugiarse en la iglesia, único edificio con paredes que resistían las balas, hasta la inconsciencia de la explosión, eso queda: un tizón, los restos de la figura mutilada que ha muerto como todos hoy, deteriorando un poco mas la fe marchita de su sacrificio, hoy esos trozos son una réplica en los miembros de todos que están esparcidos por la iglesia; lo humano va, viene, sangra, se entierra, se arrastra incluso en la agonía, después, mucho después cuando se sobrevive y no terminan las pesadillas.

Ahora la iglesia es solo un circo destechado, lleno de escombros (humanos también), los rezos en este momento son la eviceración, los vasos y las arterias vertiendo la vida imposible de esta guerra, el dolor, un crucifijo derrumbado como los reyes en una partida de ajedrez, en el suelo manchado, reflejando un ultimo vaho y por ultimo, si ultimo puede ser algo así esta ese tizon, la figura del salvador, un pedazo de madera idolatrado que ha reproducido como ahora reproduce también las figuras y los dolores porque a pesar de ser un objeto la violencia reprodujo en él con fidelidad enferma las mismas mutilaciones que a los que se congregaban buscando refugio.  Hasta esa imagen poderosa llego la muerte y si su tamaño fuera algo mayor, ese dios podria volver a dibujar los brazos y piernas mutilados. Podria…

Así queda el busto del santo rodeado de gritos, de la memoria del horror, de estertores en los cuerpos y en las partes sin estos, de los escombros de esas paredes “impenetrables”, de la guerra allá afuera…


Y no existen ya lagrimas, ni regazos que no sientan la perdida de las semillas engendradas, la inutilidad de los abrazos; solo el tiempo medido por una corriente desmedida puede calcular un fin, hasta que se vayan unos como héroes, hasta que no exista con que abonar más este cementerio, hasta que se escuche libre el grito del tucán sin que choque con el que hace la metralla, hasta que Bojayá se convierta en un grito de detente…