A modo de explicación:
Hay historias por contar, cosas íntimas, recuerdos trasmitidos en el tiempo procurando que no desaparezcan. Uno de estos en mi caso, son las etiquetas de Gaseosas el Trébol; historia todavía por contar, que pertenece a mi familia. Pero mas allá de su recuerdo, existe el hombre detrás de esta marca y gaseosas: mi abuelo; es este, un pequeño fragmento de su lucha, de su legado, de su perseverancia y de la perseverancia en el tiempo de tan íntimo significados.
Tenías toda la fuerza del mundo, todos los dulces, toda la soda...Trabajabas en ese mundo al que entraba sorprendido con los frascos conteniendo tantos dulces deliciosos, la greca descomunal, el público al que servías y que seguiré observando en mis recuerdos fascinado con su diversidad, el chancero -vendedor de ilusiones- en la puerta de entrada, los estantes de tabaco y cigarrillos piel roja sin filtro con el perfil del indio en el empaque, columnas innumerables de cajas de soda y cerveza en el fondo del local; allá, donde se precipitaba la oscuridad y solo se podía llegar al orinal por su olor característico.
Que castillo para un niño podía ser tu café, pilas de mercancías de colores, ultramarino de aguardientes, tabaco, velones, Cherrynol...hasta de agua bendita cuando las ingentes filas en la semana de pasión atiborraban la iglesia y convencías a las señoras que paraban a resarcir su cansancio con un pintadito (cafe con leche), de que el agua que les dabas, era tan buena como la que el cura sacaba de la llave de los baños...y afuera, en la calle, en el exterior de tu paciencia, el río del tiempo acumulado en las gentes que van y vienen, los semovientes, los jeeps Willis, los borrachos, el hambre, la guerra, el circo, los hombres descosidos a machetazos, el niño que corría hacia tus brazos reclamando tu ausencia, allá afuera, mas allá de los bordes de tu paciencia, mucho mas allá ahora que no hay siquiera la posibilidad de la tienda, de tu calle, de tus brazos; la posibilidad fue agotada por el tiempo, marea maníaca; ni estas palabras pueden incluso reclamarte; son solo un llamado para recuperar lo que probablemente tú, nunca hubieras pedido, para reclamar todo lo contrario a lo que esperabas, en cada esfuerzo al levantarnos a escoger cualquier dulce del mostrador, en tu abrazo y tu beso de hombre, viéndonos correr hacia ti, nosotros, tu fragmentada existencia, cristales rotos de tu genética; solo exigías, la felicidad.
Nos separaban setenta años y veinticuatro horas, y así como esa exactitud de números marcara nuestros años, lleve también tu nombre. Ahora que lo pienso, en eso consiste la felicidad de la niñez: en la perseverancia de la ingenuidad; la mía, consistía en estar seguro de que cada domingo o la eventualidad de una tarde, me llevara a visitarte; lo hice mucho después, también cuando vivía en una lejanía un poco mas remota que atravesar el parque del pueblo, y siempre estabas ahí, mientras los bordes de tu paciencia jugaban a la balanza con nuestras fuerzas, y pasábamos horas en silencio, mientras la radio sonaba la violencia de esos días, extendida para siempre, como te hubo de abarcar también en ese momento del tiempo en que la batalla no esta en nuestras manos...
He llegado a los días donde he aprendido a entender tu fuerza, tu paciencia. Tus manos que de algún modo se reprodujeron en las mías, multiplicando también tu carácter. El tiempo se ha enrarecido y ha acumulado días, ha construido recuerdos sobre recuerdos, ha intentado salvar los pedazos de la fractura de la memoria, tratando infructuosamente de que tenga una continuación lineal, que siga teniendo vigencia, que los pueda entender hoy que estoy lejos de la entrada a tu negocio, de tu abrazo, de tu rostro áspero por la barba de 3 días, de tu mano en mi cabeza que guiaba los pasos para evitar accidentes. Eso, es hoy mi mundo, hoy que te recuerdo con esta falta de esperanza en alguna cosa; un accidente; y el tiempo de nuestra distancia se ira reduciendo, hasta que te pueda alcanzar en la muerte. Alcanzarte en ese trance donde no existe un niño o un anciano, donde los recuerdos no usan nuestro nombre en común
Como explicarle a tu modo tan practico de ver el mundo que mis sueños estaban entre libros, que necesariamente tenía que huir y perderme en el mundo; como huiste tu de la miseria, de la violencia; ese día que trataba de explicar, lo que las palabras empeñadas en futuros, tal vez de páginas, no podrían jamás explicar a nadie, tomaste de mi muñeca como lo hacías cuando de niño intentaba escapar de tus manos y supiste en el asombro de sabernos frente a frente por última vez, que no podías ya contener mi fuerza -la física también- la fuerza de mi desespero. Desde entonces he vagado en el mundo con la única arma que me entregaste ese día. Mirabas con tristeza, el hecho particular de que no volviéramos a poder reunirnos mas; y al mismo tiempo veías como se convertía mi mirada y mi rebelión, en otros continentes, en las lejanías de las que sabias solo por la radio, en el mundo que como tu, conquistaste y agotó tu fuerza. Y a ese caleidoscopio, miríada, piélago de deseo diste la traducción donde la fuerza se transforma en cansancio, donde no existen mitos sino imposibles, en el que el único modo de niñez existente se crea omitiendo el presente. Te despediste pidiendo mi felicidad, mientras el resto exigía materias concretas de lo correcto por hacer, de la fidelidad a la rutina de las cosas debidas; nunca mas volvimos a vernos, y si había antes la mera posibilidad, la muerte ha cambiado eso, pero esta, no vence el destello, tu aproximación a quedarte en forma de nosotros, y después en forma de recuerdo, y después en forma de palabras que fueron inútiles para los demás, para los que no pensaban que hay que marcharse, para los que el asombro esta en la constancia y no en esa arma verosímil de tu paciencia, tu ética, tu palabra...
abuelo, hoy me acerco a ti, un día más y no hay nadie que pueda mostrarme el dragón en el techo de la greca, ni como se endulza la vida artificialmente; los bordes de tu paciencia están creados en mi, en todos tus hijos después de los hijos, y ese límite se acorta, cada vez que nos vence la vida con preguntas y tenemos que flotar en los recuerdos, o en mi caso, usar tu nombre, sin darme cuenta que es mi nombre también.
Sin duda un texto realmente bello.Hasta el borde de la lágrima...
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