O resplandores de muerte
y el poeta que cae bajo las balas
como un sol que la noche acribilla
Mario Trejo
Dejo mis enseres en esta noche de lluvia,
quiero volcarme en la noche
descifrar las luces -grafito de neón-
penetrar en el hormiguero de luciérnagas,
fuera ya, retrocedí en el paradigma,
no encontré oscuridad mas intensa
que el agua esparcida, drenada por
el subsuelo, por estas rejas en cada esquina
que nos mantienen en la superficie
-quiebrapatas del agua-
en este derrumbe de las cosas
cada casa existente es un puerto;
las puertas son sus dársenas
de miedos encerrados en profundidad.
A esta hora la ciudad imita las anclas
inmoviliza los pasos, el albedrío, aferra el sueño;
y estoy tratando de jugar con los charcos,
de timbrar en las ventanas de las casas,
correr, enlodarme tratando de hurgar
en rendijas que respiran,
no puedo ser atropellado por el peligro
o vencer en rayuela de parches la sangre
de cada uno de quienes despiertan en los
andenes...
y traté como antes de describir el ruido,
las sombras que huyen, los pasos mandados
a aclarar la maleza, a silenciar mas la noche,
haciendo certero el sueño con gatillos;
desde entonces no se reproducen las mañanas
no se gira hacia las partes del día de luz
por que deseamos ocultar el plañimiento
con las sombras, charcos, indiferencia.
Limito en la nomenclatura del desastre
en oposición a la monotonía en la que los
días amanecen todavía
se que te estas preguntando:
¿Porque esta rutina de hablar desde la muerte?
y no tengo palabras porque somos
una multitud, una constante y no podemos
responderte, sin antes maltratar el deseo,
recuperar la forma, sin migrar al dolor;
sombras de un quejido en la vorágine violenta...
Es como si la tristeza se volviera tan bella, supongo que ese es oficio de un poeta, de un verdadero poeta.
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