Toda la Gloria del Mundo cabe en un grano de maíz...
José Martí
Melina, no se de que otro nombre llamarte; si cuando cuidabas de mi, yo habitaba en la mudez de la infancia. Cuantas veces no me arrastraba por el suelo jugando sobre las tablas; mientras tu, sentada, observabas penetrar los rayos de luz evitando que le hiciera sombra a tu mirada de un día mas.
¿Cuanto amor puede uno recordar?... Y después no hay tiempo para nada, solo para seguir, seguir, seguir sepultando los recuerdos con cansancio -¿los fantasmas?-. Tu tampoco sabes que me sigo levantando de mis pesadillas -o fuera de ellas- en medio de la noche, descalzo, oprimido por la obscuridad de la temprana estatura; me levanto y abro esa puerta para comprobar tu ausencia definitiva, donde están los que rezan a la luz de las velas, los murmullos que mas tarde vendrían a que tratara de dormir.
Nunca más te vi, y sabia de tu ausencia sin siquiera saber que significaba la muerte. Pero estoy aquí, Melina, Abuela; estoy mintiendome que recuerdo tu olor, riendo todavía cuando me defendías de las muchachas que trabajaban en la casa; y susurro a tu oído distante que es mi recuerdo todas esas preguntas que se quedaron sin respuesta alguna...
Hoy he venido a cultivar tu nombre que no tiene tumbas para que se pudran pétalos, hoy, tengo otra vez cuatro años y nos divertimos con el periódico, sigo sin entender todavía que función cumplen tus escapularios, cuelgo de los resortes que se han salido del cuero en el espaldar de tu silla y me aferro de tu falda para darnos ese equilibrio que nos falta a ambos en estos extremos de la edad.
Tu sigues ahí, desgranando el maíz, mientras yo me sostengo en el suelo del mundo; y cada vez que caigo, la falda de tu recuerdo esta ahí para aferrarme y buscar el equilibrio para levantarme, para continuar sabiendo que tu recuerdo se marchita. Me observabas desde tu somnolencia, desde la blefaritis de tus párpados, desde tu paciencia y estabas segura que la edad se ensañaría conmigo y tu no podrías ser testigo de todos esos lapsos de tiempo; por eso creo que te aferrabas de mi y me atenazabas dándome un beso para que me durara a través del tiempo imposible para ti; hoy, se ha vuelto ese beso tatuaje en la memoria abuela.
Escucha esta marcha difícil, irregular como cuando te ayudabas con el bastón; esta vez son mis pasos, estas palabras dubitativas, ataxia permeada de soledad. Hoy, tengo cuatro años y me recuesto a tu lado sobre tu silla y me regalas la lección mas hermosa de humildad fabricada con tus manos; lección que me devuelve al origen, que me recuerda que parto también de ti, que en mi, existen cantidades de variables, de diferencias y de accidentes para observar la multitud y querer confundirme en su diversidad.
Una exquisita prosa que deja a la imaginación de todos los que llegamos agarrados por la curiosidad a esta lectura tan amena, estimado Juán. No es nada fácil hacer una reflexión de este estilo, pero si es muy grato saberse leído y aplaudido por eso le obsequio este comentario. Y lo felicito por haber escogido ese epígrafe de es gran poeta cubano como fue, es y será para siempre, José Martí. Lo más sencillo del lenguaje es lo más sublime de la inspiración. Con toda mi admiración y respeto.
ReplyDeleteUn hermoso texto para pensar el devenir y el recuerdo.
ReplyDelete